miércoles, 18 de junio de 2008

¿Dices lo que piensas?, ¿piensas lo que dices?. ¿Debemos decir siempre lo que pensamos?...

“ - Necesitas un buen corte de pelo - dijo el Sombrerero -.
Había estado observando a Alicia con mucha curiosidad, y estas eran sus primeras palabras.
- Debería aprender usted a no hacer observaciones tan personales - dijo Alicia con acritud -. Es de muy mala educación.
Al oír esto, el Sombrerero abrió unos ojos como naranjas, pero lo único que dijo fue:
- ¿En qué se parece un cuervo a un escritorio?.
“¡Vaya, parece que nos vamos a divertir!”, pensó Alicia. “Me encanta que hayan empezado a jugar a las adivinanzas”. Y añadió en voz alta: - Creo que sé la solución.
- ¿Quieres decir que crees que puedes encontrar la solución? - preguntó la Liebre de Marzo-.
- Exactamente - contestó Alicia -.
- Entonces debes decir lo que piensas - siguió la Liebre de Marzo -.
- Ya lo hago - se apresuró a replicar Alicia -. O al menos... al menos pienso lo que digo... Viene a ser lo mismo, ¿no?.
- ¿Lo mismo?. ¡De ninguna manera! - dijo el Sombrerero -. ¡En tal caso, sería lo mismo decir “veo lo que como” que “como lo que veo”!.
- ¡Y sería lo mismo decir - añadió la Liebre de Marzo - “me gusta lo que tengo” que “tengo lo que me gusta!”.
- ¡Y sería lo mismo decir añadió el Lirón, que parecía hablar en medio de sus sueños - “respiro cuando duermo” que “duermo cuando respiro!”.
- Es lo mismo en tu caso - dijo el Sombrerero -.
Y aquí la conversación se interrumpió, y el pequeño grupo se mantuvo en silencio unos instantes, mientras Alicia intentaba recordar todo lo que sabía de cuervos y de escritorios, que no era demasiado…”
LEWIS CARROLL, “Alicia en el País de las Maravillas”.
¿Dices lo que piensas?, ¿piensas lo que dices?. ¿Debemos decir siempre lo que pensamos?...
Normalmente hablamos muy a la ligera, nadie ahorra ahora nada a nadie en lo que se refiere al hablar o contar. Confesamos todo lo que podemos, y uno no siempre quiere saber todo lo habido y por haber… Deberíamos ser más cuidadosos a la hora de contarnos o no contarnos, interrogarnos o no interrogarnos. Últimamente, (quizá por la paulatina pérdida de las creencias religiosas), la idea de que nadie contemple lo que hacemos, de que nadie esté al tanto de lo que hacemos, de que nadie nos juzgue, nos ha creado una especie de pavor a que ya no haya testigos de nuestra cotidianeidad, de nuestra existencia. En ocasiones tengo la sensación de que el mundo estaría mejor sin el relato de ciertas cosas, aunque a veces se nos hace muy difícil callar. Pienso que hay cosas que deben saberse, pero a veces pienso “ojalá no se supieran”, aunque quizá en el fondo lo que estoy pensando realmente es “ojalá no hubieran sucedido para que no se supieran”… Ahí siempre hay una contradicción, pero precisamente en la vida la incongruencia es válida.
La ausencia de preguntas o informaciones, (aunque pueda parecer una contradicción), puede ser una de las formas de vitalizar las relaciones, y a veces es incluso una forma de respeto. A casi todo el mundo, lo sepa o no, le conviene estar a solas una parte del día. ¿Por qué hoy en día la gente no pierde el tiempo casi nunca?... Tengo la sensación de que a la mayor parte de la gente le horroriza palpar el tiempo y por eso lo tiene que llenar, por ejemplo llamando por el móvil a ochocientas personas para decir que van por la Calle Mayor o por la Gran Vía. Tenemos que rellenarlo y lo que no admitimos es perderlo pensando. Pensar, (no siempre para decir), es una de las cosas más entretenidas y distraídas que hay, aunque sea en las musarañas…

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